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Estamos



Estamos destinados a la tristeza, y lo asumo con mucha alegría.


Había estado bebiendo, como siempre, sola en mi casa. En ese punto ya me preguntaba si era alcohólica o simplemente infeliz. Me desvié por la infelicidad; creo que es un estado del que cuesta salir. Estaba cansada de tener siempre cosas fugaces en mi vida, como si eso fuera mi única victoria.

Estuve un rato observando a una pequeña hormiga tratando de cargar una croqueta tres veces mayor que su cuerpo. Lo logró. Y me pregunté: ¿por qué tienen tanta determinación? Me serví la última copa de mi segunda botella. Malbec, mi uva favorita.

Sigo pensando en mi vida mientras la comparo con la hormiga. En mi inmensa humanidad, me gustaría ser tan diminuta como ella… y no solo sentirme así. Estaba por irme a dormir cuando sonó el teléfono. Era Diana, llamando desde España. Eso significaba que salía de una fiesta, porque ya debía ser madrugada allá. Dejé sonar. No contesté. Insistió. 

Hola

—Alo, mi amor… pero qué bella voz.

No dije quién era. Lo reconocí. Alonso. Estuvimos juntos en el colegio. Fue el amor de mi vida. Lo dejamos hace mucho. Aun así, la mente traiciona: acumula recuerdos que no siempre se entienden. ¿Por qué lo amé tan profundamente? Fue hace tanto tiempo. Esa persona ya no existe.

—Mi reina… encontré a tu amiga y no dudé en pedirle una llamada. Aunque en realidad, ella está dormida en mi sofá y, pues, casualmente se marcó la llamada. El destino nos quiere ver junticos.

Su voz. En menos de un minuto, recordé cómo me hacía sentir. Recordé cómo era salir juntos, comer helado, fumar para que los sabores supieran mejor. Qué bellos momentos.

—¿Qué quieres? —pregunté, con aspereza. Mis emociones siempre han sido lentas, y mi mente, mucho más rápida.

—Uy, mi reina… ¿mal momento o no te alegra escucharme? Si es así, disculpa.

Respiré profundo. Quería seguir escuchando su voz. Estaba al borde de la locura y necesitaba un minuto fuera de mi sofá, de mi vida.

—Dime, Alonso. Hace tanto que no te escuchaba. No sabía que estabas en otro país.

—Pues sí. Me fui hace más de veinte años, casi al salir del colegio. ¿O por qué crees que no me viste nunca más en tu calle? No fue que no quería verte, mi reina. Las cosas simplemente se dieron así.

Pensé en decirle: "¿Y por qué no me llamaste?", pero no tenía sentido reclamar algo que pasó hace tanto. Ya no.

—Me alegra. Me alegra mucho saber que estás bien.

—Es que no te dije que estoy bien. Te he extrañado tanto… Ver a tu amiga aquí, en un lugar en el que jamás imaginé verla, fue revelador. Y eso que no te vi a ti. Si lo hubiera hecho, no dudaría en darte un beso. Vente conmigo. Ven y vivamos juntos.

—¿Tú quieres que viaje hasta otro continente para verte? ¿Por qué haría eso? No me has preguntado si tengo a alguien, si soy feliz aquí. Asumes que mi vida gira en torno a ti y a una propuesta estúpida.

—No, mi reina. Solo quiero decirte que te necesito. Que no hay un solo día en el que no piense en ti. De todas las mujeres con las que he estado, solo quiero estar contigo.

—Ya no me conoces. Somos otras personas. No somos los mismos de antes.

—Déjame conocerte otra vez. Nadie cambia su esencia.

—¿Dejar todo por un “tal vez”?

—No. Dejar todo por un “quiero”.

—No lo sé. Te llamo mañana.

—Espero tu llamada. Te dejaré un mensaje con mi número, mi dirección, mi clave de tarjeta, mi espacio, mi vida… todo. Nos vemos.

—Nos vemos. 

Cerré la llamada. Todo cambió. El alcohol seguía en mi cuerpo, pero la adrenalina me empujó de nuevo al presente. Vi mi casa con otros ojos. Entendí algo que no había entendido en años.

Esperar la miseria y esperar el amor se parecen más de lo que uno cree. Ambas cosas son decisiones. O apuestas.

Miré al techo. Pensé otra vez en la hormiga. Ya no me sentía tan pequeña. Pero me sentía con la fuerza de quien, al fin, está lista para cargar con una gran decisión.

Y sí. Pude.

 


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