"Cantemos en coro cerca de las nubes, ahora que nadie nos ve" Carlitos se levanta todos los días ya porque sí. La luz atraviesa las delgadas cortinas de su habitación y le contaminan la pupila que se achica. Con esa pequeña luz hiriéndolo levemente, logra despertarse animoso por unos segundos, pero luego se encoge de hombros, se sienta al filo de su cama y arquea su espalda. Trata de encontrar la razón para ponerse en pie. No encuentra ninguna. De todos modos, se levanta. Las nubes disipadas le dan al firmamento el espacio necesario para que respire. ¡Qué laguna titánica la de allá arriba! pensó. A su vez le producía la sensación de ser diminuto, encorvado y debilucho. —Carlitos— escuchó de lejos su nombre. Se sintió reducido. Hasta su nombre se lo encogieron, se lo debilitaron con todo el poder de empequeñecer que tienen los diminutivos. Lo llaman Carlitos también por defecto. *** Yo trabajaba en el taller de mi papá, lavando los carros y des