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Mostrando entradas de marzo, 2014

A mi

Casi son 3 años, que la ausencia no me afectaba. Este discurso que en breve montaré, no es para hablar de esto en sí,  es mas bien para que letras como estas, se escurran y se disuelvan con un poco de ese calor que tengo por las mañanas. Arrancarme la piel, desnudar el alma, espantar la miseria de aquel objeto perdido, de aquel instante del que nunca  pertenecí. Quiero, cerrar los breves días donde me causé esa horrenda herida y  apacible  ilusión. De no residir, de no insistir, de no estar. A causa de mis huellas en la arena, del camino del olvido que hace varios años emprendí conmemoro a la ausencia y la niego al instante con otro recuerdo, que no es más amargo, que es solo   presente. A mi, a mi largo tiempo que dejaré de escribir, porque no quiero que haya testigos, y recordar con mis palabras, seria ya una falta. Evocar desatinos mediante mis signos, no será más una fuente que me desgarre ni tan solo un segundo, a esta mente embriagada de s

Nacido en Cautiverio

Inés llevaba en su vientre a su primer hijo. A sus 16 años,  los movimientos del bebé le asustaban de vez en cuando, arropada con una sábana gastada y sucia pero que le proporcionaba el  suficiente calor para mantenerlos con bien.  Adriana una joven y entusiasta mujer la acompañaba, y con sutileza le contaba relatos para que ella por segundos dejara de pensar en el lugar en donde se encontraban. Esa fría cámara, húmeda, partida y  maloliente. Adriana era mayor que Inés por mucho, ella tenía ya dos hijos y eso a Inés la aliviaba. Con frecuencia le preguntaba cosas acerca de sus hijos, del parto y de los dolores que iba a sentir, Adriana muy animada y aun con gestos cómicos le explicaba lo difícil, arduo pero encantador, es el arte de ser madre. Ellas habían permanecido en ese sitio por más de 3 meses,pero aun sin reloj Adriana no podía olvidar la fecha que desaparecieron de su hogar, 8 de marzo de 1977. Ambas permanecían casi siempre en la misma esquina, Inés para tener mejor ci

A las mil historias, en una sola versión.

"A la memoria, a la de él... porque no se permite olvidar" Fue un lunes, como el mejor día en el que se puede morir. Él, empuñó su chaqueta y salió del cuarto lo más pronto posible, en busca de algo que aún no sabia que era. Ella, se quedó con sus ojos muy abiertos entre sus sábanas, con su espalda desnuda. Desorientada.  En la habitación lo que gobernaba era el desorden. Él seguía caminando, recargado. Sudaba y miraba a todas partes. No se encontraba. Quería sin saber, recuperar lo que algún día abandonó a conciencia, a gustos y disgustos. Quería rec uperar y pensar no solo con cabeza fría sus estrategias, sino también sentir, con el corazón. Ella en el cuarto, se levantó. Con la mirada triste aprovechó su destierro y empezó a escribir en un pequeño libro que estaba sobre el velador. Escribía palabras sueltas. Él caminaba con prisa, apretaba sus puños, cruzabas sus brazos, se detenía, pensaba en regresar, pero se arrepentía al instante de mirar hacia atrás.

Peligro 30 veces

Ella escribía sobre la pared de su cuarto una letra del abecedario por día, como si en algún momento se formara una especie de word  search  con una respuesta. Respuestas, eso ella buscaba. Tenia también en sus venas algo pendiente.  Aquella adrenalina que nunca había sentido, pero sin embargo recorría  su cuerpo, calmado, denso, dormida. La sentía. De repente un caos espeso aceleró su ritmo cardíaco, sus pupilas se  dilataron y su lengua se fundió con el ácido. Flor de loto. No se podía saber quien disolvía a quien. —https://www.youtube.com/watch?v=Tow-dz6OxZE - En la habitación donde se encontraba, estaba habitada por dos personas más.  El, Lamiga. En aquel cuarto, Ella disfrutaba del nuevo estado que le brindaba el ácido fundido y amargo que se escurría en su lengua. Mientras observaba a sus visitantes.  El ambiente era deforme, como si al mismo tiempo el cuarto se transformaba en una cueva y dejaba de ser cueva para convertirse en un plan. Sí, un plan, cómo algo se podía