Inés llevaba en su vientre a su primer hijo. A sus 16 años, los movimientos del bebé le asustaban de vez en cuando, arropada con una sábana gastada y sucia pero que le proporcionaba el suficiente calor para mantenerlos con bien. Adriana una joven y entusiasta mujer la acompañaba, y con sutileza le contaba relatos para que ella por segundos dejara de pensar en el lugar en donde se encontraban. Esa fría cámara, húmeda, partida y maloliente. Adriana era mayor que Inés por mucho, ella tenía ya dos hijos y eso a Inés la aliviaba. Con frecuencia le preguntaba cosas acerca de sus hijos, del parto y de los dolores que iba a sentir, Adriana muy animada y aun con gestos cómicos le explicaba lo difícil, arduo pero encantador, es el arte de ser madre.
Ellas habían permanecido en ese sitio por más de 3 meses,pero aun sin reloj Adriana no podía olvidar la fecha que desaparecieron de su hogar, 8 de marzo de 1977. Ambas permanecían casi siempre en la misma esquina, Inés para tener mejor circulación y para prepararse para el dolor de parto, caminaba por la celda varias veces. Daba vueltas, así le recomendó Adriana, ella también estaba embarazada por tercera vez.
Justo después de sentarse de nuevo en la esquina repetida, Inés sintió un ligero dolor en su vientre, no le tomo importancia. Luego de varias horas, el dolor se volvió más intenso e insoportable. Los gritos de Inés retumbaron por las cuatros paredes gélidas y putrefactas de aquel cubo desentendido de la existencia de sí mismo. Parecía que el dolor cesaba de a poco, se durmió, Adrina la miraba y recordaba a sus dos hijos, su voz preguntando por ella, sus ojos brillantes y sus manos pequeñas, frágiles, no podía evitar llorar, de repente Inés pronuncia algunas palabras que no se logran entender, las repite de nuevo
—Leonardo, así quiero que se llame mi hijo, así se llama su padre.
Luego los dolores fueron aún más fuertes.
Adriana llamaba con intensidad al cabo de guardia, así se solían llamar, gritaba y como respuesta solo su eco. Por momentos estaba ayudando a Inés a controlar sus dolores con formas de respirar. Después de horas se acerca una persona con barba y cara alargada, dice que es doctor, se llevan a las dos. Las llevaron a empujones, las hicieron subir varios pisos, en cada escalón se golpeaban, las arrastraban, las sacudían para que subieran con prisa. Al llegar aquel doctor les hizo un tacto a cada una en menos de tres minutos, él aseguró que estaban bien y de nuevo las tiraron a la celda.
Varios días después Inés empezó con su trabajo de parto, Adriana trataba de calmarla, de ayudarla, mientras no dejaba de gritar por ayuda, al fin los guardias llegaron y la llevaron al cuarto, de a lado, el mismo que seguramente utilizaban para torturar. La subieron en una mesa la vendaron se escuchaban los gritos de la mujer, desesperada, adolorida, las risas de los guardias por momentos acaparaban el espacio reducido en que Adriana se encontraba. Los gritos del doctor, anuncian un próximo final y por fin, el llanto del bebé. Había nacido un varón en perfectas condiciones, Adriana lo sabía porque no dejo de escucharlo por el resto de la noche. Lo guardaron en una habitación pequeña que se encontraba junto a la de ellas.
Le dieron la posibilidad de estar con su madre por varios días, le explicaban que pronto se lo entregaría a su abuela, que en unos días estaría con su familia.
Adriana nunca más volvió a ver a Inés ni a Leonardo. sentada en la esquina frecuente, mientras miraba el techo y se sobaba su barriga.
"En la mayoría de los casos se trata de mujeres detenidas-desaparecidas que se encontraban embarazadas y fueron mantenidas con vida en los centros clandestinos de detención hasta el parto, con el fin de apropiarse de los bebés. Existen constancia de que en varias oportunidades estas mujeres fueron torturadas a pesar de estar embarazadas."
Adriana Calvo, brindó testimonio en el Juicio de las Juntas el 29 de abril de 1985