"A la memoria, a la de él... porque no se permite olvidar"
Fue un lunes, como el mejor día en el que se puede morir.
Él, empuñó su chaqueta y salió del cuarto lo más pronto posible, en busca de algo que aún no sabia que era. Ella, se quedó con sus ojos muy abiertos entre sus sábanas, con su espalda desnuda. Desorientada.
En la habitación lo que gobernaba era el desorden.
Él seguía caminando, recargado. Sudaba y miraba a todas partes. No se encontraba.
Quería sin saber, recuperar lo que algún día abandonó a conciencia, a gustos y disgustos. Quería recuperar y pensar no solo con cabeza fría sus estrategias, sino también sentir, con el corazón.
Ella en el cuarto, se levantó. Con la mirada triste aprovechó su destierro y empezó a escribir en un pequeño libro que estaba sobre el velador. Escribía palabras sueltas.
Él caminaba con prisa, apretaba sus puños, cruzabas sus brazos, se detenía, pensaba en regresar, pero se arrepentía al instante de mirar hacia atrás. Aceleraba su paso.
Ella renegó en silencio. Se levantó y caminó a donde quizás, no le faltaría lo que en ese momento tampoco sabia que necesitaba.
Él,tomó el primer bus por la madrugada. Se dejó caer en el asiento junto a la ventana, el bus hizo un chillido que anunciaba su pronta salida, cerró sus ojos y soñó.
Ella, en la terraza, respiraba profundamente mientras miraba los dibujos en las paredes. Recordaba las historias que ese lugar contaba. Sonreía. Miró al cielo, alzó sus brazos, también soñó.
El clima frió invadió toda la ventana, se inundó de gotas. El bus llegó a su destino.
Él,caminó hasta la calle Pablo Palacio, sabia que ahí la encontraría.
Cómo olvidar a su escritor favorito!
Abajo de su casa, él se sentó en la vereda, el miedo lo abordaba, no sabia cómo estaba ella, qué era de su vida, ni mucho menos si estaba con alguien. La pesadumbre lo embargaba, estaba confundido, nervioso.
Tenia por momentos intenciones de largarse, de caminar más lejos, de haber retrocedido cuando pudo.
De repente, la puerta se abrió, y, apareció una mujer no menos de 30 años. La mujer aún no se daba cuenta de la presencia de él; sacó sus llaves y cerró la puerta, al girar, lo miró, sus llaves cayeron al piso, su cartera corrió la misma suerte; cuando los segundos como horas se movían, ella caminó unos pasos, pero con gracia se desplomó al suelo junto a las llaves y su bolso, empezó a reírse. No paraba de reír.
—Este encuentro no pudo ser mejor— dijo ella con gracia desde el suelo.
Él, frente a ella, no sabia qué hacer.
Al fin se acercó y la levantó. Ella, aun tenia la sonrisa nerviosa.
—A mi memoria, cansada de recordar— dijo ensimismada, tomó aire y repitió de nuevo la frase. —A mi memoria, cansada de recordar...te. — repitió con alivio.
Él, la tomó de su rostro. Estaban a salvo.
—Te dije, ese día en el bus de regreso, que te esperaría. — aquella mujer con dificultad le respondió.\
Él, no habló ninguna sola palabra, no era necesario, el corazón lo bombardeaba.
En la calle Pablo Palacio, estaban los dos, abrazados, esperando que esos segundos duraran toda la vida. Se sintieron, se necesitaron por fin.
Ella, la de la terraza dejó de soñar. Tocó con las yema de sus dedos los colores de un cocodrilo pintado en la pared de su terraza. Bajó de nuevo a la habitación anárquica, asomó su nariz por el filo de la puerta, y la cerró. Abrió otra puerta, despacio. Se sentó en el filo de la cama, y le dio un besó en la frente a su hijo de 8 años, quien desarropado, abrazaba la almohada de conejo que le habían regalado en su cumpleaños número 6. Le cantó una canción, como para que sonara en sus sueños. El pequeño sonrió inconsciente.
Aunque no fue una gran noche, ella se sentía llena, pero con la sensación de haber perdido algo irreparable, que con el tiempo solo se daría cuenta, que la distancia, es la mejor opción entre dos almas desencantadas.
En aquella calle del escritor favorito, estaban ellos, los encontrados. Los que no pidieron esta historia contada de esta forma, de la forma que le era útil a este cerebro de escritora muerta. Pensó que seria, un mejor final.
Ellos emprendieron la vida que dejaron mucho tiempo atrás.....
Palabras de la escritora:
Al final son solo letras, son sentimientos, son deseos; puros y débiles deseos. Nada menos, ni peor, nada de más. Aquí se murieron las esperanzas. Escribir algo que jamás sucederá, se siente a veces como drogarse, justo cuando se va el efecto, ese momento cuando te das cuenta que la vida como la ficción, es mejor que estén en mis cuentos. Vivir para inventar.
" A mi mundo paralelo, el que a veces solo sucede cuando escribo"
Fue un lunes, como el mejor día en el que se puede morir.
Él, empuñó su chaqueta y salió del cuarto lo más pronto posible, en busca de algo que aún no sabia que era. Ella, se quedó con sus ojos muy abiertos entre sus sábanas, con su espalda desnuda. Desorientada.
En la habitación lo que gobernaba era el desorden.
Él seguía caminando, recargado. Sudaba y miraba a todas partes. No se encontraba.
Quería sin saber, recuperar lo que algún día abandonó a conciencia, a gustos y disgustos. Quería recuperar y pensar no solo con cabeza fría sus estrategias, sino también sentir, con el corazón.
Ella en el cuarto, se levantó. Con la mirada triste aprovechó su destierro y empezó a escribir en un pequeño libro que estaba sobre el velador. Escribía palabras sueltas.
Él caminaba con prisa, apretaba sus puños, cruzabas sus brazos, se detenía, pensaba en regresar, pero se arrepentía al instante de mirar hacia atrás. Aceleraba su paso.
Ella renegó en silencio. Se levantó y caminó a donde quizás, no le faltaría lo que en ese momento tampoco sabia que necesitaba.
Él,tomó el primer bus por la madrugada. Se dejó caer en el asiento junto a la ventana, el bus hizo un chillido que anunciaba su pronta salida, cerró sus ojos y soñó.
Ella, en la terraza, respiraba profundamente mientras miraba los dibujos en las paredes. Recordaba las historias que ese lugar contaba. Sonreía. Miró al cielo, alzó sus brazos, también soñó.
El clima frió invadió toda la ventana, se inundó de gotas. El bus llegó a su destino.
Él,caminó hasta la calle Pablo Palacio, sabia que ahí la encontraría.
Cómo olvidar a su escritor favorito!
Abajo de su casa, él se sentó en la vereda, el miedo lo abordaba, no sabia cómo estaba ella, qué era de su vida, ni mucho menos si estaba con alguien. La pesadumbre lo embargaba, estaba confundido, nervioso.
Tenia por momentos intenciones de largarse, de caminar más lejos, de haber retrocedido cuando pudo.
De repente, la puerta se abrió, y, apareció una mujer no menos de 30 años. La mujer aún no se daba cuenta de la presencia de él; sacó sus llaves y cerró la puerta, al girar, lo miró, sus llaves cayeron al piso, su cartera corrió la misma suerte; cuando los segundos como horas se movían, ella caminó unos pasos, pero con gracia se desplomó al suelo junto a las llaves y su bolso, empezó a reírse. No paraba de reír.
—Este encuentro no pudo ser mejor— dijo ella con gracia desde el suelo.
Él, frente a ella, no sabia qué hacer.
Al fin se acercó y la levantó. Ella, aun tenia la sonrisa nerviosa.
—A mi memoria, cansada de recordar— dijo ensimismada, tomó aire y repitió de nuevo la frase. —A mi memoria, cansada de recordar...te. — repitió con alivio.
Él, la tomó de su rostro. Estaban a salvo.
—Te dije, ese día en el bus de regreso, que te esperaría. — aquella mujer con dificultad le respondió.\
Él, no habló ninguna sola palabra, no era necesario, el corazón lo bombardeaba.
En la calle Pablo Palacio, estaban los dos, abrazados, esperando que esos segundos duraran toda la vida. Se sintieron, se necesitaron por fin.
Ella, la de la terraza dejó de soñar. Tocó con las yema de sus dedos los colores de un cocodrilo pintado en la pared de su terraza. Bajó de nuevo a la habitación anárquica, asomó su nariz por el filo de la puerta, y la cerró. Abrió otra puerta, despacio. Se sentó en el filo de la cama, y le dio un besó en la frente a su hijo de 8 años, quien desarropado, abrazaba la almohada de conejo que le habían regalado en su cumpleaños número 6. Le cantó una canción, como para que sonara en sus sueños. El pequeño sonrió inconsciente.
Aunque no fue una gran noche, ella se sentía llena, pero con la sensación de haber perdido algo irreparable, que con el tiempo solo se daría cuenta, que la distancia, es la mejor opción entre dos almas desencantadas.
En aquella calle del escritor favorito, estaban ellos, los encontrados. Los que no pidieron esta historia contada de esta forma, de la forma que le era útil a este cerebro de escritora muerta. Pensó que seria, un mejor final.
Ellos emprendieron la vida que dejaron mucho tiempo atrás.....
Palabras de la escritora:
Al final son solo letras, son sentimientos, son deseos; puros y débiles deseos. Nada menos, ni peor, nada de más. Aquí se murieron las esperanzas. Escribir algo que jamás sucederá, se siente a veces como drogarse, justo cuando se va el efecto, ese momento cuando te das cuenta que la vida como la ficción, es mejor que estén en mis cuentos. Vivir para inventar.
" A mi mundo paralelo, el que a veces solo sucede cuando escribo"