Hay alguien ahí?
La noche estaba más oscura, y lo temible de la oscuridad es
no saber con que te vas a afrontar. La penumbra.
Los rescatistas hacían el llamado de vida, ¿hay alguien
ahí?, esperando la respuesta de un sí, de un ruido, de una luz, de alguna señal
válida para saber que sí hay alguien ahí, que haya alguien a quien rescatar debajo de los escombros, del esfuerzo
que se desplomó por el 7,8.
Hay alguien ahí? Se preguntan también las personas que
pasaban por el desastre, esperando que no haya nadie debajo del siniestro.
Hay alguien ahí, exclamaban los familiares sin signos de interrogación,
quienes temían lo peor, pero guardaban la esperanza de que su ser querido no estuviera ahí,
que no estuviera debajo de las pesadas paredes que cayeron livianamente hacia
el suelo.
Hay alguien ahí? Se preguntan los bomberos, rescatistas,
paramédicos, policías, ciudadanos, políticos, niños, TODOS.
Y cuando llega la dura decisión de responderse a esa misma
pregunta, de responderse así mismo, porque nadie más que ellos deben decidir si
culminar o no la búsqueda.
¿Hay alguien ahí?
—Esperemos que ya no!
Pero en la mente de todos los que sufrimos y vivimos este
terremoto, los de afuera que miran desde sus televisores o por redes sociales,
nos quedará esa pregunta.
Hay alguien ahí,
todavía?