Estaba escondida dentro de un tronco alrededor de muchas flores amarillas.
El tronco medía unos dos metros de largo y un grosor, pienso yo, tan ancho que podían entrar dos más de mí. Yo, una mujer de números como: 1.60, 36 y 65 correspondientes a mi estatura, edad y peso. Sí, si estuviera acompañada, sería alguien como yo. Me hubiera gustado conversar con alguien antes de partir. Pero al final, conversé conmigo mismo. No me sentí mejor, debo confesar. Hablar con uno mismo es aliviador, siempre y cuando haya opciones, cuando pueden hablar con otras personas, y aun así, escogemos hablar con uno mismo, ahí, es gratificante
—¿Cómo pudiste terminar así?
—No sé, creo que por huir de mis problemas he terminado como un tronco y no cómo un árbol.
—¿ Acaso no es lo mismo ser un árbol que un tronco?
Esta manera mía de cuestionarme todo, es la razón o una de las tantas, de mi eterna dualidad, de esa manía de correr solo en mi mente y hablar siempre de más. Es que cuando pienso en un tronco, pienso en un árbol que no tiene vida, que está muerto y en seguida visualizo un pedazo de madera que está cerca del mar y que uno los usa como asiento y como todo me cuestiono, me pongo a pensar, si encuentro otra definición, entonces analizo un poco y se me viene a la idea de hablar en base a la botánica, que si lo ponemos así, un tronco llega a ser el principal elemento estructural de un árbol que soporta las ramas y todo el resto del mismo. Entonces, sino soy un tronco seco y muerto, soy el elemento principal del aguante del árbol. —Ay, ¡qué cansado es pensar!
Ya no quiero hablar conmigo. Me despido.
Recuerdo mis pies alrededor de flores amarillas antes de entrar a verlo, antes de dormir con él, antes de todo, recuerdo mis pies y recuerdo las flores amarillas. Lo feliz que era, lo infeliz que soy ahora.
—Puedes callarte, no puedo decir que eras, si aun estamos vivas, podemos salir de este tronco.
—Yo ya dejé de hablar contigo, o sea conmigo". Cállate.
El sonido del silencio inundó el tronco.
—Veo un perro sin piel, se lo ha quitado el carro al arrancar.
Me despierto. Ha sido un sueño, soñar con un perro sin piel es algo nuevo, me dormí quizás peleando conmigo y he soñado con un perro sin piel. Me siento triste, no puedo recordar más del sueño, pero siento que lo extraño. No sé su nombre, pero sé que vive en una casa con un enorme árbol de flores amarillas.
Todo es confuso. Nubes de silencio.
El tronco se achica, me comprime dentro, ahora sí, me despido. Mi cuerpo se encoge por la presión del tronco, no me aplasta, es como que si el tronco se transforma en mi piel, se pega como goma, es elástico y pegajoso, me arde, me duele. No puedo gritar. Estoy soñando.
Despierto por fin, él está dormido. Salgo al patio, el árbol sigue ahí, las flores en cambio no.
No ha llegado la primavera.
No ha llegado la primavera.
Sigo sin flores, sigo sin ser un árbol.