Ir al contenido principal

La ventana

 




Estaba escondida dentro de un tronco alrededor de muchas flores amarillas.


Por el ancho del tronco se vislumbra la luz del día al final del túnel amaderado. Esa luz a lo lejos parecía una ventana redondeada con luz muy cerca del exterior. Podía oler la frescura a lo lejos.

El tronco medía unos dos metros de largo y un grosor, pienso yo, tan ancho que podían entrar dos más de mí. Yo, una mujer de números como: 1.60, 36 y 65 correspondientes a mi estatura, edad y peso. Sí, si estuviera acompañada, sería alguien como yo. Me hubiera gustado conversar con alguien antes de partir. Pero al final, conversé conmigo mismo. No me sentí mejor, debo confesar. Hablar con uno mismo es aliviador, siempre y cuando haya opciones, cuando pueden hablar con otras personas, y aun así, escogemos hablar con uno mismo, ahí, es gratificante

—¿Cómo pudiste terminar así?

—No sé, creo que por huir de mis problemas he terminado como un tronco y no cómo un árbol.

—¿ Acaso no es lo mismo ser un árbol que un tronco?

Esta manera mía de cuestionarme todo, es la razón o una de las tantas, de mi eterna dualidad, de esa manía de correr solo en mi mente y hablar siempre de más. Es que cuando pienso en un tronco, pienso en un árbol que no tiene vida, que está muerto y en seguida visualizo un pedazo de madera que está cerca del mar y que uno los usa como asiento y como todo me cuestiono, me pongo a pensar, si encuentro otra definición, entonces analizo un poco y se me viene a la idea de hablar en base a la botánica, que si lo ponemos así, un tronco llega a ser el principal elemento estructural de un árbol que soporta las ramas y todo el resto del mismo. Entonces, sino soy un tronco seco y muerto, soy el elemento principal del aguante del árbol. —Ay, ¡qué cansado es pensar!

Ya no quiero hablar conmigo. Me despido.

Recuerdo mis pies alrededor de flores amarillas antes de entrar a verlo, antes de dormir con él, antes de todo, recuerdo mis pies y recuerdo las flores amarillas. Lo feliz que era, lo infeliz que soy ahora.

—Puedes callarte, no puedo decir que eras, si aun estamos vivas, podemos salir de este tronco.

—Yo ya dejé de hablar contigo, o sea conmigo". Cállate. 

El sonido del silencio inundó el tronco.

—Veo un perro sin piel, se lo ha quitado el carro al arrancar.

Me despierto. Ha sido un sueño, soñar con un perro sin piel es algo nuevo, me dormí quizás peleando conmigo y he soñado con un perro sin piel. Me siento triste, no puedo recordar más del sueño, pero siento que lo extraño. No sé su nombre, pero sé que vive en una casa con un enorme árbol de flores amarillas.

Todo es confuso. Nubes de silencio. 

El tronco se achica, me comprime dentro, ahora sí, me despido. Mi cuerpo se encoge por la presión del tronco, no me aplasta, es como que si el tronco se transforma en mi piel, se pega como goma, es elástico y pegajoso, me arde, me duele. No puedo gritar. Estoy soñando.

Despierto por fin, él está dormido. Salgo al patio, el árbol sigue ahí, las flores en cambio no.

No ha llegado la primavera. 

No ha llegado la primavera. 

Sigo sin flores, sigo sin ser un árbol.

Entradas populares de este blog

Para ti de mi

Hay lugares a los que uno no vuelve, y personas de las que no se regresa.   Está claro que a quien más fallamos es a nosotros mismos. Nos mentimos, procrastinamos, no nos cuidamos, no soportamos la soledad, nos invaden pensamientos obsesivos, no comemos bien, no hacemos ejercicio... y la lista sigue. Cuando era niña, vivía en un lugar que me parecía maravilloso, cerca del río, y tenía un gran amigo: un enorme samán. Disfrutaba del río, de mis momentos de juego en soledad y de regresar justo antes de que anocheciera, cuando comenzaba esa sensación de que alguien te observaba. No tenía más responsabilidades que jugar, hacer tareas y limpiar la casa. Esos eran mis compromisos de niña. Ahora, tengo muchos pendientes. Podría convertirme, sin querer, en un alma en pena, como esas que no cruzan a mejor vida porque no logran resolver sus asuntos terrenales. Podríamos decir que caminamos por la vida como asuntos pendientes, mirando el celular en busca de videos que nos distraigan de lo desa...

Juguemos al juego de confiar

Volvamos al momento en que me dijiste: confía en mí. Confiar en el otro es lanzarte sin paracaídas . Es un acto de fe, de otorgarle a alguien la capacidad de conocer tus secretos, de expresarte cómo te sientes, o simplemente dejarte ver con todos tus errores, sin temor a ser juzgado. No juzgar es algo muy difícil. Emitir un juicio de valor cuando alguien en quien confías rompe alguna norma que tienes sobre la confianza, el amor, el respeto o la amistad puede ser inevitable. Para cada persona, estas palabras —amor, respeto, amistad— tienen significados distintos. Cada quien les otorga valor según su experiencia. Como dice la frase: "Cada ser es lo que hace con lo que hicieron de él". Y ahí surge una maraña de emociones y contradicciones, porque la realidad de uno nunca es igual a la de otro. En fin, no quiero sobrepensar este tema ni irme por las ramas. Lo que busco es escribir para resistir esos momentos en los que la vida no tiene sentido. Hay cosas que se quedan contigo, si...

Estamos

Estamos destinados a la tristeza, y lo asumo con mucha alegría. Había estado bebiendo, como siempre, sola en mi casa. En ese punto ya me preguntaba si era alcohólica o simplemente infeliz. Me desvié por la infelicidad; creo que es un estado del que cuesta salir. Estaba cansada de tener siempre cosas fugaces en mi vida, como si eso fuera mi única victoria. Estuve un rato observando a una pequeña hormiga tratando de cargar una croqueta tres veces mayor que su cuerpo. Lo logró. Y me pregunté: ¿por qué tienen tanta determinación? Me serví la última copa de mi segunda botella. Malbec, mi uva favorita. Sigo pensando en mi vida mientras la comparo con la hormiga. En mi inmensa humanidad, me gustaría ser tan diminuta como ella… y no solo sentirme así. Estaba por irme a dormir cuando sonó el teléfono. Era Diana, llamando desde España. Eso significaba que salía de una fiesta, porque ya debía ser madrugada allá. Dejé sonar. No contesté. Insistió.  — Hola —Alo, mi amor… pero qué bella voz. No ...