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La caridad de la muerte


El Michi Panero apoyado contra la pared le da una calada a su cigarrillo y le dice a su madre que le quiere hacer una pregunta. 
Le pregunta si ella recuerda a la perrita que se llamaba Reina, que vivían en la casa cuando eran niños. Felicidad, sentada con mucho garbo sobre un sofá, con las piernas cruzadas, una mano con un cigarrillo apoyada sobre la muñeca de la otra, sonríe y dice que claro, que como no se va a acordar. El Michi le pregunta si se acuerda que una vez pario un montón de perritos. Ella le dice que sí, pero por favor que modere el lenguaje. El Michi dice bueno, dio a luz. Y continua: recuerdo que mi papá detestaba a los perritos y quería que todos se largaran. 
—Si, dice Felicidad— una mañana salió de la casa y me dijo que al regreso que no quería ver ningún perrito en la casa.
 —Bueno, dice el Michi, 
Entonces yo recuerdo que agarraste una caja, metiste todos los perritos dentro, le hiciste unos agujeros a la caja, nos pediste a mi hermano Leopoldo y a mí que te acompañáramos, los dos íbamos agarraditos de tus brazos, y fuimos al río, avanzamos hasta el medio del puente y ahí, sin decir nada, arrojaste la caja al rio. Felicidad asiente, e inhala de su cigarrillo, sin decir nada. El Michi, riéndose, tristemente divertido, le dice:
—La pregunta que te quiero hacer, mamá, es porque carajo le hiciste huequitos a la caja si ibas a lanzarla al rio. Felicidad, con un gesto de resignación en la cara, con el modo de alguien que se sabe diciendo de una atrocidad, pero no puede permitirse la pérdida de un solo ápice de su dignidad, le dice, 
—Hijo, no me juzgues con tanta dureza, quería mostrarles un poco de caridad para con los condenados a muerte. 

Éramos tan felices, dice el Michi

Familia Panero Blanc

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