Ir al contenido principal

La caridad de la muerte


El Michi Panero apoyado contra la pared le da una calada a su cigarrillo y le dice a su madre que le quiere hacer una pregunta. 
Le pregunta si ella recuerda a la perrita que se llamaba Reina, que vivían en la casa cuando eran niños. Felicidad, sentada con mucho garbo sobre un sofá, con las piernas cruzadas, una mano con un cigarrillo apoyada sobre la muñeca de la otra, sonríe y dice que claro, que como no se va a acordar. El Michi le pregunta si se acuerda que una vez pario un montón de perritos. Ella le dice que sí, pero por favor que modere el lenguaje. El Michi dice bueno, dio a luz. Y continua: recuerdo que mi papá detestaba a los perritos y quería que todos se largaran. 
—Si, dice Felicidad— una mañana salió de la casa y me dijo que al regreso que no quería ver ningún perrito en la casa.
 —Bueno, dice el Michi, 
Entonces yo recuerdo que agarraste una caja, metiste todos los perritos dentro, le hiciste unos agujeros a la caja, nos pediste a mi hermano Leopoldo y a mí que te acompañáramos, los dos íbamos agarraditos de tus brazos, y fuimos al río, avanzamos hasta el medio del puente y ahí, sin decir nada, arrojaste la caja al rio. Felicidad asiente, e inhala de su cigarrillo, sin decir nada. El Michi, riéndose, tristemente divertido, le dice:
—La pregunta que te quiero hacer, mamá, es porque carajo le hiciste huequitos a la caja si ibas a lanzarla al rio. Felicidad, con un gesto de resignación en la cara, con el modo de alguien que se sabe diciendo de una atrocidad, pero no puede permitirse la pérdida de un solo ápice de su dignidad, le dice, 
—Hijo, no me juzgues con tanta dureza, quería mostrarles un poco de caridad para con los condenados a muerte. 

Éramos tan felices, dice el Michi

Familia Panero Blanc

Entradas populares de este blog

Para ti de mi

Hay lugares a los que uno no vuelve, y personas de las que no se regresa.   Está claro que a quien más fallamos es a nosotros mismos. Nos mentimos, procrastinamos, no nos cuidamos, no soportamos la soledad, nos invaden pensamientos obsesivos, no comemos bien, no hacemos ejercicio... y la lista sigue. Cuando era niña, vivía en un lugar que me parecía maravilloso, cerca del río, y tenía un gran amigo: un enorme samán. Disfrutaba del río, de mis momentos de juego en soledad y de regresar justo antes de que anocheciera, cuando comenzaba esa sensación de que alguien te observaba. No tenía más responsabilidades que jugar, hacer tareas y limpiar la casa. Esos eran mis compromisos de niña. Ahora, tengo muchos pendientes. Podría convertirme, sin querer, en un alma en pena, como esas que no cruzan a mejor vida porque no logran resolver sus asuntos terrenales. Podríamos decir que caminamos por la vida como asuntos pendientes, mirando el celular en busca de videos que nos distraigan de lo desa...

Juguemos al juego de confiar

Volvamos al momento en que me dijiste: confía en mí. Confiar en el otro es lanzarte sin paracaídas . Es un acto de fe, de otorgarle a alguien la capacidad de conocer tus secretos, de expresarte cómo te sientes, o simplemente dejarte ver con todos tus errores, sin temor a ser juzgado. No juzgar es algo muy difícil. Emitir un juicio de valor cuando alguien en quien confías rompe alguna norma que tienes sobre la confianza, el amor, el respeto o la amistad puede ser inevitable. Para cada persona, estas palabras —amor, respeto, amistad— tienen significados distintos. Cada quien les otorga valor según su experiencia. Como dice la frase: "Cada ser es lo que hace con lo que hicieron de él". Y ahí surge una maraña de emociones y contradicciones, porque la realidad de uno nunca es igual a la de otro. En fin, no quiero sobrepensar este tema ni irme por las ramas. Lo que busco es escribir para resistir esos momentos en los que la vida no tiene sentido. Hay cosas que se quedan contigo, si...

Estamos

Estamos destinados a la tristeza, y lo asumo con mucha alegría. Había estado bebiendo, como siempre, sola en mi casa. En ese punto ya me preguntaba si era alcohólica o simplemente infeliz. Me desvié por la infelicidad; creo que es un estado del que cuesta salir. Estaba cansada de tener siempre cosas fugaces en mi vida, como si eso fuera mi única victoria. Estuve un rato observando a una pequeña hormiga tratando de cargar una croqueta tres veces mayor que su cuerpo. Lo logró. Y me pregunté: ¿por qué tienen tanta determinación? Me serví la última copa de mi segunda botella. Malbec, mi uva favorita. Sigo pensando en mi vida mientras la comparo con la hormiga. En mi inmensa humanidad, me gustaría ser tan diminuta como ella… y no solo sentirme así. Estaba por irme a dormir cuando sonó el teléfono. Era Diana, llamando desde España. Eso significaba que salía de una fiesta, porque ya debía ser madrugada allá. Dejé sonar. No contesté. Insistió.  — Hola —Alo, mi amor… pero qué bella voz. No ...