"Seamos frutas mi amor, solo frutas"
Y como es mío me tocó hacer lo que hacen las viudas, desenterrar a su marido y cumplir su última voluntad.
Y bueno, ahí estaba, en ese panteón desaliñado y olvidado.
No puede ser que mi esposo estuviera ahí, en ese lugar y tres metros bajo tierra, pero déjenme y les cuento el cuento de cómo estoy con una pala desenterrando un cadáver y haciendo algo que creo, es lo correcto.
Esto que les cuento es real, es la vida misma.
A mi esposo lo conocí allá en la montaña, cerca del mar.
Vimos lo inmenso del océano y del cielo al mismo tiempo.
El mar embellecido por su sonido y el cielo nocturno cargados de lunares brillantes que nos iluminaba la poca existencia que cargábamos.
Estábamos solos e hicimos el amor con el mar, el cielo. Dentro y fuera. Todo para que nuestro sentir no se terminara. Nos prometimos más amor del que poseíamos, nos poseíamos más de lo que nos amábamos.
Todo lo hicimos en nombre del amor. Como si eso bastara. Y sí, eso bastó en ese momento.
Hasta las luchas más nobles pueden llevarnos a la muerte más dramática.
El tiempo que pasamos juntos se considera fugas, se considera no adecuado ni prudente. Quien lo considera? pues la familia de él. Yo no tengo familia así que por mi parte nadie me juzga.
No pude estar en su funeral porque para muchos fuí una aventura, desmerecen mi tiempo con él, desmerecen todo lo que sentí, todo porque no me conocieron como él me conoció. Lo desmerecen todo, porque así actúan. Mientras no estés en las normas de la sociedad, mientras no tengas el tiempo prudente para un relación, pues no lo es. Mientras no te vistas así, no digas aquello, no pienses como los demás, eres estiércol de otro corral, no tienes méritos en el entierro.
No mereces ni la rosa arrancada del jardín, ahí están pues sus rosas de muerto, sus ramos, su coronas con más rosas muertas.
El muerto, muerto está, y uno llora lo que no se le pudo decir al ahora difundo.
¿Han visto los funerales? Creerán que estoy loca por lo que voy a decir, pero todo es un teatro. De repente al difunto todos lo conocen. Aunque lo hayan visto solo una vez. Se jerarquiza en los entierros. En algunas ocasiones se visten con sus mejores galas y confiesan algo que no sienten “Lo lamento” dicen.
¿En serio lo lamentan? ¿En serio lo sienten?
Pues ni lo lamentan ni lo sienten, están ahí solo por pena, por el vivo que llora.
El funeral se torna con una capa de chismes invisibles cuando ya se cansan de velarlo, cuando el olor a rosas de muerto les afecta los sentidos y empiezan a hablar de la fulana que vino vestida de tal forma, del amante de la vecina, de los malos vivos que quedan haciendo del funeral, el más grande trato de intocables dolencias.
Todo para hablarle a alguien que ya no escucha, se visten de negro para que sepan que están tristes, ocultan el dolor como si fuera el más terrible pecado.
Yo creo que fingir cansa.
Van y se quedan hasta la madrugada con alguien con el que no lo hicieron en vida, "Lamentan tanto su perdida" dicen... Pero les digo algo:
—Dejen de decir lo que no sienten—
Lo enterraron ayer, murió de una enfermedad que le habían detectado dos meses antes de conocerme. Aunque yo creo que murió de tristeza, pero no, no por mí, sino porque él llevaba esa tristeza en sus entrañas, en el fondo del pozo de su alma, ahí donde la luz no llegaba. Su tristeza estaba dormida, apaciguada, pero alerta, esperando el cómo, cuándo y dónde atacar.
Él sabía que iba a morir, hablamos tanto del tema, me contó que quería que sus cenizas fueran el abono de una planta. Ser el fruto. Él quería morir y seguir viviendo. Pero ahora está debajo de la tierra pudriéndose, haciéndose polvo pero lo que ellos no saben es que dos días antes me casé con él, así que el muerto es mío, esta noche lo voy a desenterrar, a hacer su última voluntad, a reírme porque esto es una locura, pero como les dije, lo que hicimos fue en nombre del amor. Una locura. Este amor que aún sigue como brasa, calentándome las tripas, avivando mis ganas de conocer la vida misma. Estuve casada con él poquísimo tiempo, y ahora vengo a llevarme lo que es mío, porque si me caso el muerto es mío. Aquí estoy pues, desenterrándolo, fui a buscar a mi marido y me lo llevo para cumplir su última voluntad, todo en nombre del amor.
Tiempo después sus familiares se enteraron y no dudaron en llamarme de todo tipo de formas, círculos y cuadrados. Creen que me insultaron, lloraron, como si en verdad les doliera. Un sacrilegio me dijeron, pero mi marido me dijo bien clarito dónde quería que su cuerpo terminara, sus cenizas en la raíz de una planta. Pues así fue, me lo llevé y lo sembré, le pedí disculpas porque al final si tuvo un funeral, pero bueno, no siempre se tiene lo que se quiere, ni en la vida ni en la muerte.
Ahora lo visito cada mes, me llevo sus frutos y los vendo en el mercado.
El día está soleado, tengo mucha sed, creo que tomaré una fruta y me refrescaré el alma.
(ilusitración)
Varias ilustraciones encargadas a:
Cicero, Outside Magazine, Opencanada, Newscientist and The New Yorker.
Gracias a: Viola Schmieskors, Hannah McCaughey, Som Tsoi, Ryan Wills and Deanna Donegan .
ilustraciones