Se encontraba como todas las mañanas en su hamaca. Sus piernas largas servían de motor para impulsarse, meciéndose para mirar el cielo en movimiento. Pensaba en las nubes y luego en la lluvia y luego en el sol y de nuevo en las nubes. Miraba el cielo y pensaba en qué hay allá; tan arriba de ella. Si dios existía, ¿ Cómo sería su casa? ¿La estaría viendo? o simplemente estaría ocupado con cosas más importantes, que mirar a una mujer mecerse y pensar, pensar en las nubes y luego en la lluvia y luego en el sol y de nuevo en las nubes. El mundo estaba lleno de mala racha desde que ella nació, hace 50 años.
Vivía sola desde hace 20 años. Vivía sola porque tenía la mala racha, como le dice ella a la mala suerte. Que dice que es como la radiación. Envenena todo lo que está a su paso, pero no se la ve, sin embargo contamina todo. La mala racha.
Su esposo había muerto hace 30 años, se casó siendo una niña, tuvo tres hijos, pero nacieron muertos. Cuando perdieron las esperanzas quedó embarazada por cuarta vez, al parecer estaba todo bien, y nació. Después de varios días aún seguía estando todo bien, hasta que esposo enfermó. Ella dice que la mala racha lo mató, es que es como la radiación, no se sabe que está ahí, pero lo está y mata. Murió apenas unos días después del nacimiento de su hija. Ella cree que es dios que la castiga, que ella deseó tanto a su hija que su esposo sin saberlo se sacrificó por aquello, la mala racha dice, y calla de nuevo. Solo llora a la par de su nueva hija. Lloran las dos. Ella de dolor y la niña de hambre. Le da comida y se va a enterrar a su marido. Su hija se queda con una empleada.
El entierro es rápido y con pocas personas. Mira el cielo, y piensa en las nubes y luego en la lluvia y luego en el sol y de nuevo en las nubes. El sol está despejado. Hermoso día. Hermoso día como para salir a pasear. Se recuerda. Ella ahora sola y frágil y con una niña. No piensa más en el cielo y se va. Camina hasta su casa mientras los recuerdos del entierro están presentes como la sed, pero es una sed que no le pasa solo con tomar agua, es algo más. No es sed lo que tiene. Le duele recordar. Lo extraña. Reconoce el sentimiento y siente que no lo podrá superar. Llega a su casa y ve a su hija y toda se calma, todo pasa y su mente está en blanco, con nuevos recuerdos. La niña llora y ella le da de comer. Todos los días se levantaba temprano para hacer los quehaceres.
Hace la limpieza, quita el polvo del portaretratos sobre el velador.—Esposo— grita, pero nadie contesta, en cambio la niña llora. Ella aún no se acostumbra a estar sola, sola como mujer, porque como madre estaba siempre acompañada. La niña llora y ella le da de comer. Se siente bien calmar el llanto de su hija, sus recuerdos vuelven y la ubican en el día del funeral.
¿Cuándo se irán aquellos recuerdos? se pregunta.
¿ Cuándo dejará de pensar en aquello tan triste?
¿Por qué no piensa mejor en los momentos felices?
Pero los tristes llegan primero, abordándola hasta sofocarla y hacerla llorar. Llora como su hija, como si tuviera hambre, pero quien le daría de comer algo para su alma, se pregunta, pero no hay quien le conteste.
La soledad la golpeaba, y cada día aumentaba su dosis, pero ella no lo sabe porque su hija llora y ella le da de comer, no importaba nada porque ella calmaba a su hija y eso le daba paz.
La empleada se fue porque ya no le pagaban y ya no hablaban con ella. No quería hablar, era como estar sola en la casa decía la empleada. La casa emanaba el llanto de un bebé que poco a poco se calmaba. La casa se quedó con dos. La madre y su hija.
La niña creció y empezó a hablar, ya no lloraba por comida sino le decía con palabras lo que quería. Pero la mamá le respondía con cosas que no entendía. Le contaba de aquel hermoso día cuando su papá murió. Le contaba lo que pensaba al mirar el cielo, y lo que pensaba al mirar las nubes y luego en la lluvia y luego en el sol y de nuevo en las nubes. Su hija no entendía, no sabía qué estaba pasando en la cabeza de su madre. La niña decía que su mamá solo pensaba, pero no sabía en qué precisamente.
—Si pensaba, podría ser en el cielo o en las nubes o en el sol. Pero en realidad ¿Las pensaba? o solo las contemplaba? ¿Pensar es contemplar? Se preguntó la niña.
La niña ya tenía 10 años y veía muchas veces a su madre mirando hacia arriba, sobre ella y todo el mundo. No entendía, ya no lloraba por hambre, ahora no entendía. El no entender no produce ningún chillido, no podía llorar por no entender.
Solo sabe que no entiende.
La niña cumplió 18 años y se fue, se fue a estudiar porque quería ver otros cielos y otras nubes y ver llover en otros lados. Lloraron de nuevo, lloraron de tristeza porque se iban, de alguna forma las dos se fueron, aunque la madre se quedó.
Su mente desde hace tiempo estaba allá arriba, allá en las nubes y luego en la lluvia y luego en el sol y de nuevo en las nubes. Se abrazaron y se calmaron, se prometieron volverse a ver, pero no se vieron nunca más.
Ella estaba en la hamaca, con sus piernas largas meciéndose y viendo el cielo en movimiento. Pensando en todo lo que ustedes ya leyeron, sin preguntarse cosas que podrían tener respuestas, pero en cambio ella preguntaba cosas que jamás entendería, como por ejemplo: Cómo era la casa de dios, el dios que conoció de pequeña, cuando tenia una mamá que le calmaba el llanto, cuando no tenia un esposo muerto y una hija que nunca más volvió a ver, ella pensaba en algo que nadie le dijo como era pero que vivía más arriba de lo que ella podía mirar.
Foto: tomada de Twitter: @aestheticstweet