"Cantemos en coro cerca de las nubes, ahora que nadie nos ve" Carlitos se levanta todos los días sin una razón aparente. La luz atraviesa las delgadas cortinas de su habitación, hiriendo levemente sus pupilas. Con esa pequeña luz molestándolo, logra despertarse animoso por unos segundos, pero luego se encoge de hombros, se sienta al borde de la cama y arquea la espalda. Trata de encontrar una razón para ponerse en pie, pero no encuentra ninguna. De todos modos, se levanta. Las nubes disipadas permiten que el firmamento respire. —¡Qué laguna titánica la de allá arriba! —pensó. A su vez, le producía la sensación de ser diminuto, encorvado y débil. —Carlitos— escuchó su nombre a lo lejos. Se sintió reducido. Hasta su nombre parecía haberse encogido, debilitado por el poder de los diminutivos. Lo llaman Carlitos también por defecto. Ella trabajaba en el taller de su papá, lavando carros y desmontando motores. Su papá deseaba un varón, pero como sombra de su deseo, salió ...