Las instrucciones no sirven para nada.
YOLIBRO
Su cuerpo se estiraba para alcanzar los libros de la repisa. Al extender sus brazos su camisa un tanto grande se levantó unos centímetros, y dejó ver sus nalgas desnudas y redondas. Tomó el primer libro y lo ojeó por un momento, lo dejó casi en seguida, tomó el siguiente, leyó el título, “Sé que vienen por mí” le gustó la portada, — una mujer en una mecedora con su rostro difuminado— lo abrió y se dio cuenta que la edición era española. Las traducciones españolas no le agradan, no le gusta leer un “vuestro” o “escucháis” se desanimó de inmediato, lo cerró y siguió con el próximo, se aventuró y tomó uno de en medio de la corta fila de libros. Se encontró con una portada dura y de color rosado con el dibujo de un pequeño oso, enseguida se fascinó. Era una portada hermosa, en su idioma original y con pequeñas ilustraciones. Perfecto. Dio pequeños brincos de puntitas, como si estuviera caliente el piso y se sentó en la cama junto a él, quien aún estaba soñoliento.
— Qué hermosa portada. Hermosa, dijo mientras abría el libro y se iluminaba su rostro.
— Sí, es lindo, contestó él despertándose de inmediato.
Ella seguía hipnotizada por el libro y por los dibujos,
— ¿Te gusta? Te lo regalo. Pronunció con voz amena
Ella se abalanzó y le dio un beso en la boca, como agradecimiento. Enseguida volvió a incorporarse en lo mismo, sumergirse en el libro que ahora le pertenecía.
Él, un hombre callado y silencioso, tiene manchitas de colores en su cuerpo. Era espacial. Le gustaba pasar el tiempo con él. Enrollarlo y dejarse manchar de sus colores de burbuja de jabón. Musical como la palabra muchacha.
Ella dejó el libro en el mismo sitio, sentía que no era necesario llevárselo. Era suficiente saber que le pertenecía.. Ahora tenía algo de ella, entre tantas cosas de él.
El libro tenía su firma imaginaria impregnada en todas las hojas, ahora el libro era su espejo, lo miraba cada vez que podía, era un lindo recuerdo. Un lindo regalo, una cosa que le llenaba de calma. Cosa que la hacía feliz como un dulce a un niño.
Soñó que el libro desaparecía de la repisa, se despertó de golpe, sus ojos grandes miraban a la nada, se levantó de la pequeña cama, lanzó las sábanas al piso, corrió de nuevo de puntillas como si el piso estuviera caliente otra vez, y se encontró con el espacio vacío del pequeño libro de pasta dura con un oso.
¿Dónde está? ¿Dónde se fue? ¿por qué ha desaparecido así, sin dejar migajas para encontrarlo? ¿será que no lo leí suficiente?
Estaba preocupada. Un libro escapó.
No hay forma de pensar en otra cosa que no sea la huida del libro, se fue de ella, se fue sin pensar en ella, en la mujer de la camisa grande y que daba brinquitos de felicidad. Estaba parada viendo la dimensión tan pequeña de espacio en el librero, pero enorme en su pecho. Se partió.
Cuando él regresó, ella ya no estaba. Entró al cuarto y vio que el libro ya no estaba tampoco y fue en ese momento que se dio cuenta que ella no volvería jamás.
Fue a su sala y se preparó un café. En otra imagen paralela estaba ella, caminaba por la calle en busca del libro que la había abandonado. Ambos disfrutaban de sabores amargos. Ambos estaban solos. Ambos buscaban el libro que un día los abandonó.
Él buscaba el libro en forma de mujer.
y Ella se buscaba a sí misma.