La mascarilla nos impidió ver nuestra sonrisa
"Carlitos" es un cuento que
escribí hace más de seis años, contaba la historia de alguien que se sentía
invisible, y que quería sentirse importante y para que la gente lo reconociera
por única vez, se quitó la vida en un estadio lleno de hinchas que vieron
atónitos el suceso.
“Si me caso el muerto es mío” es otro
relato, donde cuento la historia de una joven pareja que se enamoró al poco
tiempo de conocerse. Él falleció, pero antes se casaron, como última voluntad,
él pidió ser cremado, acto que no se cumplió porque la familia no reconocía
como esposa a su amor de verano. Le hicieron un funeral católico tradicional.
Pero ella no se quedó con los brazos cruzados y fue a desenterrarlo para
cremarlo y hacer su última voluntad.
He escrito cuentos cortos describiendo
diferentes formas de morir, he escrito mucho sobre la muerte, sobre el duelo y
la esencia misma del dolor de la pérdida. Ahora estoy escribiendo una novela
corta acerca de aquello.
El duelo y la muerte.
Pero ahora escribiré algo que de por
sí, tiene implícita las dos, pero escribiré como espectadora. Como los que
miran un partido, como los que miran su serie favorita, como si estuvieras
mirando como se va el amor de tu vida o firmando el divorcio.
Vamos a soltar algo que ya no está.
Si hablamos de coincidencia podemos
decir como definición que es la “Causa o fuerza a la que supuestamente se deben
los hechos y circunstancias imprevistos, especialmente la coincidencia de dos
sucesos.”
La casualidad que voy a escribir no es
tanta, pero fue una linda casualidad. Hace un año que no veía a un amigo por
razones de esta pandemia. Hace unos días supe que estaba pasando por momentos
muy difíciles. Yo había pensado en él y su situación. Intentaba recordar desde
adentro el dolor que se siente perder a alguien, recordar desde el huequito que
aquella persona al irse, nos deja en el pecho.
Hoy de casualidad me encontré con él.
Yo viajaba a Manta y pedí un taxi con el servicio de puerta a puerta que llevan
a tres pasajeros. Una de esas personas fue a mi amigo. Cuando me subí, él
estaba al frente con gafas y mascarilla, lo vi y lo reconocí. Mi cara fue de
asombro creo, porque se sacó por unos segundos la mascarilla y confirmé que era
él, solo me extendió su mano y la sostuve por más de 15 minutos. Fue como si
nuestras manos hablaran. Apretábamos con fuerzas nuestras manos tratando
de decirnos sin palabras, mis condolencias y abrazos y él, su profundo
agradecimiento. Sobaba su antebrazo y sentía como apretaba más su mano con la
mía. Después de unos minutos dijo “justo a tiempo” yo lo repetí también, y por
una extraña razón la tercera persona que no conocíamos susurró lo mismo. No
creo que supiera nada, asumo que nuestro lenguaje corporal explicaba mucho.
Perder a alguien en cualquier sentido
es doloroso. Pensar que no volverás a ver su rostro nunca más, deja un enorme
vacío.
Hace poco terminé de releer un libro de
Rosa Montero titulado “La ridícula idea de no volver a verte” el libro habla
sobre la pérdida, sobre el proceso de duelo, pero a través de los diarios de
Marie Curie, quien perdió a su esposo. La autora lo escribió motivada (no
sé si esa palabra es adecuada) por la pérdida de su esposo también, pero en el
libro no habla mucho sobre él, pero si habla, sobre todo, del dolor de
continuar.
Mi amigo y yo hablamos de otros temas,
pensé que sería buena idea por lo menos olvidar por unos segundos lo que le
sucedía. Hablamos del medio ambiente, de las instituciones del estado y de que,
hacer documentales, es una forma de encontrarse.
En el camino me envió un mensaje que decía
“Acabas de contenerme. Sentía que ya no podía más” yo respondí: “Si sostener tu
mano ayudó de algo, me alegro tanto”.
Hace un año estuve en el velorio de la
hermana de una muy buena amiga. Ese momento muy íntimo y triste, pude verla en
una faceta tan nostálgica y a la vez conmovedora, que de alguna forma agradezco (no
sé tampoco si funciona esta palabra) por permitirme compartir aquellos momentos
con ella. La muerte duele y en ocasiones une.
Hay un momento donde uno se olvida que
está en un velorio, es como un bucle, donde no existe ese presente. Nos
envuelven historias del pasado, se habla de otra cosa menos del difunto, es
como un limbo que nos permite parar, para que el dolor descanse.
Al llegar, me bajé del carro y le di un
abrazo, le dije que, si quiere salir en algún momento que no dude en decirme, y
por supuesto, si quiere hablar “webadas” también.
Los amigos estamos para eso también,
estamos para sostener la mano de ese pana del alma que nos necesita.
Sostener la mano es un acto tan simple,
pero íntimo que nos da ese contacto directo y nos permite enviar todo el cariño
directo al corazón.
Sostener la mano de tu amigo herido,
ayuda a contener esas inmensas ganas de mandar todo a la mismísima
mierda.
Sostener la mano nos aguanta un poco,
nos hace resistir para continuar, porque es lo que se debe, porque es lo que
tenemos en nuestras manos.