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Tenían una rutina marcada, su esposa trabaja en su vivero
desde muy temprano, y él leía montones de ensayos de universitarios hasta
tarde. Ella empieza cada mañana a las seis, dejaba sonar una playlist que llamó
“Verde”. Lo hacía para que despertaran las plantas, como una alarma. Lo primero
que sonaba era Chaikovski, se escuchaba casi por media hora, y cuando
sonaba Swan Lake, él se despertaba; la dulce melodía, suave y
aterradora, lo levanta siempre con un suspiro en la boca. Preparaba café y
luego se enterraba en un pilo de ensayos científicos que debía leer y aprobar a
diario. A casi nadie le daba a la primera un visto bueno. Siempre terminaba por
recomendar dos cosas: que cambien de tema o de carrera. Las ciencias sociales
pueden ser fáciles en el colegio, sobre todo cuando los profesores se dedicaban
a dar geografía, capitales de los países o cualquier otro contenido de
relleno.
Las ciencias sociales, trata de ciencias que estudian cómo se organizan las
sociedades humanas, hablan de su comportamiento, determinan realidades
objetivas (aunque no exista la objetividad), realidades concretas y precisas, trata sobre
diferentes situaciones, hechos y experiencias de la vida humana. Lo sé, es
complejo, porque la mirada “objetiva” es siempre desde el punto de vista de
alguien que, resulta ser el que no lo vive sino el que lo estudia. Nadie tiene
la verdad única, y esa es la única verdad que les decía a sus
estudiantes.
Hay una canción que escuchaba su esposa dentro de esa playlist que le recordaba
a un viejo amor, había escuchado antes todas las canciones de aquella lista,
pero esa canción en especial sonaba a una hora exacta, lo sabía, porque era
cuando tomaba café, justo al descansar de muchos mal escritos leídos, en medio
de su agotamiento mental, sonaba aquella canción que no podía sacarla de su
mente. La música les daba a las plantas ese brillo en sus hojas, y que
hasta las flores destilan un olor más intenso. La música cambia,
transforma.
Aquella canción le recordaba a un amor del pasado, un amor que duró el
mismo tiempo que tardó en ser pintada La Primavera, un amor que
todos los días recordaba, pero que solo llegaba como suspiro a su mente, no
habitaba, no se quedaba, solo pasaba como el curso del río.
Antes, ella ponía solo música clásica por la mañana, la tarde era destinada
al sonido del viento o el sonido de uno que otro auto pasar, pero ya no, ahora,
ponía aquella canción que repetía, como una Gota china, queriendo
introducirse dentro de mí.
Su esposa se sentaba con las plantas, sin decir nada, comíamos y no se
hablaba de nada más que no sea lo hermosas que estaban sus plantas debido a la
música. Y es su cabeza retumbaba aquella canción, aquel amor, la piel que
habita el pasado.
Un día él se despertó tarde, no escuchó la canción y se levantó aturdido, como si
aquella melodía le diera equilibrio. Buscó a su esposa, no estaba en la sala ni
en la cocina, dedujo enseguida que debía estar con las plantas, llegó,
abrió la puerta con cuidado y ahí estaba ella, sentada con una silla cantándole
a las plantas.
—Julia— gritó con voz fuerte y seca.
—Las plantas están más verdes, pero yo me siento triste— respondió
una voz casi apagada entre el arsenal de plantas.
— ¿Estás bien Julia? No se podía ver sus ojos claros, porque les cubrían
una tela blanquecina, estaba mirando a sus plantas, pero no se distinguía
exactamente en qué dirección.
—Te gustan las canciones que pongo para ti, veo como floreces en recuerdos
y como te hundes al mismo tiempo, de todas las plantas de mi invernadero, eres
la que más he cuidado y que quiero destruir desde adentro.
Sus ojos se volvieron negros de un solo golpe, se acercó a él con una
velocidad que no pudo evadir, introdujo su mano en su pecho y cual espada, lo
atravesó como si estuviera hecho de arena, sacó de su interior una flor gris y
se la comió, mientras que de su boca se regaba un líquido azul verdoso. A lo
lejos se escuchaba la canción Swan Lake, mientras ella lo devoraba
por dentro.