Escribo y borro repetidamente, me encuentro en un ciclo de creación y eliminación constante. Debo abordar este texto de manera diferente, me digo a mí mismo mientras continúo redactando sin saber por dónde empezar, o tal vez debería preguntarme dónde iniciar.
Recuerdo tener unos 7 años, cuando una de mis actividades favoritas era ir cerca del río y jugar a que viajaba a otras dimensiones. Creía que un portal se abría mágicamente y seres de otras galaxias salían de él para decirme que yo era la elegida para transformar todo lo que conocemos como la Tierra. Al principio, pensaba que era una broma, pero poco a poco me convencían de que lo que me contaban era real. Aceptaba mi destino, sacando el valor que tenía guardado en lo más profundo de mí, y salía a cambiar el mundo y luchar contra el mal. Durante muchos años, esa fue mi forma de jugar, sola cerca del río. Me di cuenta a mis 34 años, en una consulta psicológica de rutina, que tal vez haya desarrollado un vínculo evasivo, un deseo de vivir en un lugar distinto a la realidad.
¿Por qué alguien acude a terapia cuando no encuentra una solución lógica para seguir adelante? Quizás el simple acto de pensar que la persona que te escucha pueda tener una respuesta te hace avanzar en la decisión de sentarte en el diván. He aprendido mucho en mi vida adulta, he revivido a la niña que fui, explorando recuerdos y abriendo puertas. Algunas se abren fácilmente, otras requieren una llave. No intento forzar las cerraduras, simplemente las dejo ahí, preguntándome qué secretos guardan.
Mi psicóloga me explicó que el divorcio puede sentirse como una pérdida, y a menudo sentimos la necesidad de llenar ese vacío con cosas superficiales, como intentar llenar un vacío con más vacío. Recuerdo un momento en el que estaba en el suelo, escuchando a Chopin, llorando mientras escribía a una amiga describiendo ese instante. "Incluso en la tristeza eres intelectual", me respondió ella. Sonreí brevemente, escapando por un instante de la tristeza, pero la sensación no duró mucho. Recordé cómo la música de Chopin resonaba a mi alrededor mientras lloraba en el suelo. Juzguen ustedes, pongan la música y visualícense en ese momento, pero no se visualicen como yo, sino como ustedes mismos, y me cuentan.
Tantas palabras y sin llegar a ninguna parte, sin abrir portales, con miedo a descubrir esas puertas cerradas, recordando la tristeza, las visitas al psicólogo, y escribir. Es curioso cómo escribir puede llevarte a decir cosas que no deseas, a inventar algo sobre ti mismo. Cuando crees comprender lo que escribes, ¡zas!, te das cuenta de que nada es como pensabas o creías saber. Te identificas con las palabras, creyendo entenderme? me pregunto.
Escucho ahora podcasts mientras voy en bicicleta y una frase me viene a la mente: "Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron". Creo que escribo para despejar el camino, para liberarme, y hace tiempo que dejé de hacerlo porque siento que mis dedos piensan por mí, con muchas pausas que son solo comas. Me aterra que la puerta que evito abrir sean las cosas que me resisto a escribir, porque sí, escribir es resistir, pero qué doloroso es cuando lo haces para aligerar la carga.
Ya no me cuestiono por dónde empezar, el camino inició cuando respondí a esa persona del portal, afirmando que yo, yo era la elegida.
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