quiero hablar como hablan las canciones. Mis amigos son amigos musicales. No tienen bandas, no tocan instrumentos, tampoco cantan, pero su lenguaje musical siempre está presente. Yo soy un punto aparte: el que está al final de la frase. No es parte de la oración, pero está. No soy para nada musical. No tengo playlist favorita ni alcanzo a decir qué cantante me gusta con precisión; no entiendo los álbumes, no soy tan veloz para recordar letras ni nombres de artistas. Pero mis amigos... ellos son lo máximo. Hablan entre canciones, versiones y músicos; se agrupan, y cómo disfruto escucharlos. Ayer fui parte de un momento íntimo y me alegré de ser la que invitaron a lo último, porque cuando hay gente tan bacán no hay descole. Cuando se reúnen, me imagino el universo: inmenso, y nosotros un punto. Pero este punto late, vibra. Su punchin punchis se distingue a lo lejos, y si te acercas, el sonido va creciendo. Tu cabeza comienza su vaivén —adelante, atrás, adelante, atrás—, tus hombros...