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Mostrando entradas de 2025

Amigos musicales

quiero hablar como hablan las canciones. Mis amigos son amigos musicales. No tienen bandas, no tocan instrumentos, tampoco cantan, pero su lenguaje musical siempre está presente. Yo soy un punto aparte: el que está al final de la frase. No es parte de la oración, pero está. No soy para nada musical. No tengo playlist favorita ni alcanzo a decir qué cantante me gusta con precisión; no entiendo los álbumes, no soy tan veloz para recordar letras ni nombres de artistas. Pero mis amigos... ellos son lo máximo. Hablan entre canciones, versiones y músicos; se agrupan, y cómo disfruto escucharlos. Ayer fui parte de un momento íntimo y me alegré de ser la que invitaron a lo último, porque cuando hay gente tan bacán no hay descole. Cuando se reúnen, me imagino el universo: inmenso, y nosotros un punto. Pero este punto late, vibra. Su punchin punchis se distingue a lo lejos, y si te acercas, el sonido va creciendo. Tu cabeza comienza su vaivén —adelante, atrás, adelante, atrás—, tus hombros...
Tenemos tantas cosas para no decirnos. Augusta era una chica que no se fijaba si tenía dinero en su bolso. Simplemente subía al bus, confiando en que siempre le sobraban unas monedas de cuando hacía mercado los domingos. Esa tarde fue a buscar a su amiga Irene a la vieja casa azul del centro, una de las pocas que resistía entre los enormes edificios que los vecinos habían vendido. La familia de Irene, en cambio, no quiso desprenderse: eran de esas familias arraigadas al pasado, convencidas de la importancia de recordar de dónde venían. Augusta se bajó al frente de la casa y la llamó con un silbido melodioso. Irene salió casi a las carreras, y detrás de ella un perro amarillo intentó seguirla a todas partes. Ella lo calmó con un beso en la oreja y un par de palmadas cariñosas, asegurándole que volvería antes de que se ocultara el sol. Las dos amigas se saludaron con un beso en la mejilla; usaban la ropa como si apenas hubieran salido de la cama. Caminaron juntas hacia el supermercado ce...

Estamos

Estamos destinados a la tristeza, y lo asumo con mucha alegría. Había estado bebiendo, como siempre, sola en mi casa. En ese punto ya me preguntaba si era alcohólica o simplemente infeliz. Me desvié por la infelicidad; creo que es un estado del que cuesta salir. Estaba cansada de tener siempre cosas fugaces en mi vida, como si eso fuera mi única victoria. Estuve un rato observando a una pequeña hormiga tratando de cargar una croqueta tres veces mayor que su cuerpo. Lo logró. Y me pregunté: ¿por qué tienen tanta determinación? Me serví la última copa de mi segunda botella. Malbec, mi uva favorita. Sigo pensando en mi vida mientras la comparo con la hormiga. En mi inmensa humanidad, me gustaría ser tan diminuta como ella… y no solo sentirme así. Estaba por irme a dormir cuando sonó el teléfono. Era Diana, llamando desde España. Eso significaba que salía de una fiesta, porque ya debía ser madrugada allá. Dejé sonar. No contesté. Insistió.  — Hola —Alo, mi amor… pero qué bella voz. No ...