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ooohhhh ooohhhh

"Yo no tengo mala memoria. A mi memoria le gusta sorprenderme que es distinto"




—Puta madre!!— dije 

Cuando cerré la puerta de mi departamento y olvidé las llaves sobre el velador de la cama, donde logré colocarlas en la madrugada, antes que mi cuerpo lleno de alcohol se desplomara sobre la cama.

No había empezado un buen día, y este incidente me lo recordaba. Mi cabeza latía y en cada latido una especie de electricidad recorría sin cansancio la misma parte frontal de mi cabeza.



—Chuchaqui—  
Me dije entre dientes, mientras mi espalda se resbalaba contra la puerta cerrada. Me quedé por un momento sentada con la cabeza entre mis rodillas, mirando el filo sucio de la baldosa del edificio donde vivía. Usaba un calentador azul oscuro que tenía varios días sin lavar, una blusa blanca que la utilizo cuando no hay nadie en casa, con pequeños huequitos al filo y unas zapatillas borabora, de tiras de colores. 

Salí de la casa con la intención de buscar una pastilla que me aliviara los latidos como martillazos en mi cabeza, o en busca de  mi hermana que vivía a dos cuadras, que al final era lo mismo.
Mi hermana es una de esas mamás que, en su cartera junto al labial, llevaba siempre el tempra sabor a uva por si se le enferma su pequeño hijo. Tiene una farmacia en su bolso. Sin embargo, ahí estaba yo, sentada, sin ninguna otra idea, más que la de maldecirme.


Mi aliento me condenaba a recordar la noche anterior, pero ni siquiera esas memorias fiesteras quisieron acompañarme del todo  en mi propio abandono.
¿Cómo llegué y cómo entré ayer a mi casa? No tengo la menor idea.



—Me duele la cabeza



De pronto una bomba-musical sonó en el bolsillo de mi calentador, metí mi mano y acerté de una con el aparato del que provenía aquella música odiosa. Era mi teléfono. No recordaba haber puesto aquella canción como tono de llamada, lo que sonaba era la canción de moda: can't hold us.



—Hola?

—Marcela, puedes decirle a Kelvin que ya no compre ese jarabe para...

—Que? interrumpí el discurso de aquella desconocida

—Marcela? - preguntó desconfiada.

—Sí, ya le digo, contesté descuidada y colgué.


Me pesaba la boca para decirle que estaba equivocada, que yo no era Marcela, y que, por favor, no gritara.

Para variar mi teléfono estaba sin batería y se apagó apenas colgué. 

Ahí estaba de nuevo, arrimada a la puerta como si se fuera a caer. 

Recuerdo que así nos decía un profesor en la escuela.
"No te arrimes que no se va a caer la pared"
Nos lo decía un Lunes.

Momento cívico.

A pleno sol.


Apestaba, apestaba ese momento de mi vida.

Unas migajas de recuerdos llegaron a mi mente, la sensación de que hace unas horas, mi cuerpo bailó sobre la mesa de algún bar, dichosa, rodeada de gestos que aceptaban tal diversión. Mientras que mi cuerpo escuchaba la canción de Queen - fat bottomed girl- y mi boca cantaba -según lo que pude identificar en ese estado- un disque inglés, que yo más bien llamaría: tararanglish:
  
Ooohhh are you gonna take me home tonight
Ooooohh ah down beside that red firelight
Ooooohh are you gonna let it all hang out…

Ooohhhhh oooohhhhooooohhh



Tenía una leve sensación de haberme sentido mejor allá arriba, bailando e inventándome las canciones. Todo era  mejor unas horas antes, antes que empiece este presente que me dejaba un dolor de cabeza con pocos recuerdos, y más aún, con la sensación de haber olvidado algo -y por tener memoria de pez- no lograba saber qué!



Ahí, finalmente yo, sentada, arrimada, cansada y apestavida, pensé que el pasado fue mejor.

Sin saber que aquella, la yo del  pasado, se decía también lo mismo.

De repente la puerta de un tirón se abrió, apareció un joven con una barba que le rodeaba su boca, unos ojos achinados por el sol que hacía, y el cabello perfectamente desordenado. Me miró como reconociéndome, sonrió y me dijo:
- Por qué te gusta olvidarte de las cosas?

Sonreí también, me levanté y por primera vez me gustó sorprenderme con mi olvido. Y más, cuando aparece un recuerdo tuyo, en forma de hombre, para abrirte la puerta de tu propia casa.


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