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Rigoberta

A sus 10 años Rigoberta Inventaba personajes para matarlos y justificar así, la tristeza que sentía desde que nació.
A ninguno les ponía nombre, solo los imaginaba, jugaba cada mañana con ellos. A veces los mataba por aburrimiento, muchos otros por los días en que se sentía triste y no sabía el por qué y de algún modo debía justificar esa tristeza. Dormía con su cama llena, y nunca le tuvo miedo a la oscuridad, sentía una ligera sensación de compañía mientras cerraba sus ojos.

Todas las noches antes de dormir, abría su closet y buscaba un vestido para el día siguiente, lustraba sus zapatitos de charol, pasaba su cepillo de pelo durante 10 minutos sobre su color castaño oscuro y  luego hacia una trenza  con mucha paciencia que ocultaba con  su gorro de dormir, decía ella que la protegía de sueños malos.

Rigo, como la solían llamar, caminaba siempre con prisa, mirando hacia atrás y con poca precaución de donde pisaba, nunca dejaba de hablar mientras caminaba. Nunca iba a un lugar igual que el del día anterior, pero todos estaban cerca de un rio.

Se sentó,se sacó con cuidado sus zapatitos de charol y sumergió sus pies hasta que tocaran fondo, dio ligeros saltos con intención que el agua salpicara su rostro, lo hizo por horas, a veces se concentraba tanto  que todo el día no paraba de jugar con el agua.

Marcaba el reloj las tres de la tarde, sin saber Rigo, sumergió su rostro en el agua, abrió los ojos dentro y esbozó una sonrisa, un nuevo amigo ha llegado.

Nunca supo cómo aparecían sus amigos, de dónde provenían, siempre se preguntó si ella tenía algo que ver, si ella los creaba o ellos ya existían, la verdad poco le interesaba.

 La llamó Clara. Nunca antes les había puesto nombres a sus amigos, pero en ella se veía reflejada una infancia agotada, una calidez de recuerdos, la esperanza de tener convicción al dejar de ser sumisa ante los caprichos de la vida. Clara era calmada, siempre se mantuvo con ella,  era quien sabía cada detalle de su vida. Poseían la misma edad, pero Rigo era la voz de lo que debía o no hacer.

Quien las viera (o mejor dicho quien a ella la viera) caminando tan tranquila sin una sola preocupación, juntas de niñas en travesuras, de adolescentes en secretos de jóvenes en proyectos.

Rigoberta poseía ya 24 años,(digo poseía por su innumerable  aferramiento a todo)  ya era edad suficiente para haber dejado a aquellos amigos, pero sin embargo se quedó con Clara, hablaba con frecuencia en sus tiempos de absoluta soledad, pero todo comenzó cuando conoció a Marco, un muchacho delgado y de cabellera larga de risos, su tez blanca hacia juego con el resto de su cuerpo, a ella le gustaba, hacía que sus días fueran de menos horas y las noches se comieran las colas de los gatos negros. A Clara no le parecía del todo atento, faltaba algo, así que sin preguntarle simplemente lo olvido.

--- cómo simplemente  puedes olvidarlo, él no  ha sido uno de aquellos  de los que siempre te has lamentado, por qué ahora simplemente lo olvidas y logras siempre esa tranquilidad falsa--- dijo Rigo sintiendo que ella debía estar de acuerdo para que marchase bien todo
---espera, no te das cuenta que no me hace feliz---- dijo Clara con voz seca
---a mí sí, y mucho,  eso es lo importante, tú no eres más q una vocecita en mi cabeza Vocecita que muchas veces no debo escuchar, eres caprichosa.
Se sentía abatida y confundida, Clara solo callaba, mientras que Rigoberta lloraba cada uno de las pérdidas de sus amores. Cada vez con más frecuencia.

No se hablaron por varios meses, se ignoraban cada una, mientras una se arrepentía, otra era más ruda, se mantuvieron en anonimato.
Se lanzaron varios “como estas” con cortas respuestas, así, cada día iban aumentando palabras hasta que terminaron en confesiones, risas, y suspiros, de nuevo estaba ella, imaginando. Así pasaron los últimos 5 años, pero en Rigo, ya no había esa quietud de antes, y poco a poco, se dejaron de hablar sin darse cuenta.
..........que de cada palabra no anunciada estaba allí la muerte, rondando a espera.

El aburrimiento no estuvo en aquel día, Rigoberta, con mucho dolor, con muchas ganas de escurrir su sangre en el pecho de su víctima, con fuerza inventó un suceso de desgracia en su cabeza, un infinito tormento se produjo a sí misma, para estar triste por su perdida, para justificar lo que le hacía, quien puede matar a alguien que ama  y sentirse completa, sin antes sentir la culpa latiendo en la punta de sus dedos. La mató. Sin respirar la mató.

El día estuvo claro, el sol salió despacio, y con pocas nubes, Clara se levantaba de la cama, con escaza pereza, se lavó la cara, se cepillo los dientes, se miró al espejo, y lloro, no entendió con certeza que le ocurría, se imaginó que sentía así por lo agotador que fue la semana, por algunas preocupaciones, por alguno pesares. Sintió esa puntada en el corazón, producto de un mal aire  -pensó,  respiró hondo para que se alivie, ella lo dejo pasar, no se había dado cuenta de que la habían matado, de que Rigoberta era quien habitaba en su cabeza que Rigoberta invento un amigo real que la llamó Clara.
Un mundo en la cabeza, que ficcionaba la realidad.

Y  aquel día Clara se sintió triste al sentir su propia  muerte.

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