—Puta madre!!— dije, cuando
cerré la puerta de mi departamento y olvidé las llaves sobre el velador
de la cama, donde logré colocarlas ayer a las 3 am, antes que mi cuerpo lleno de alcohol se
desplomara sobre la cama.
No había empezado un
buen día, y este incidente me lo recordaba. Mi cabeza latía y en cada latido
una especie de electricidad recorría sin cansancio la misma parte frontal de mi
cabeza.
—Chuchaqui—
Hablé
entre dientes mientras mi cuerpo se resbalaba contra la puerta cerrada. Me
quedé por un momento sentada con la cabeza entre mis rodillas, mi ropa no
estaba del todo presentable. Me había puesto aquel jean que una tía que vive en los Estados Unidos me regaló (de esos unisex, con una bragueta un tanto grande)
una blusa blanca que la utilizo cuando no hay nadie en casa, y
unas zapatillas borabora, de tiras de colores.
El motivo de mi salida fue para buscar una
pastilla que me aliviara los latidos que se producían en mi cabeza, o en busca de mi hermana que a la final era lo mismo, ya que ella es una
de esas mamis, que en su cartera junto al labial, lleva siempre el tempra
sabor a uva que no olvida en cada salida. Tiene una farmacia en su bolso. Sin embargo, ahí estaba,
sentada mirando el color del piso sin ninguna otra idea.
Mi aliento me
condenaba a recordar la noche anterior, pero ni si quiera esas memorias
fiesteras quisieron acompañarme en mi propio abandono. Cómo llegué y cómo entré ayer a mi casa. No tengo la menor idea.
-Me duele la cabeza-.
De pronto como una bomba-musical
sonó algo en el bolsillo de mi pantalón, metí mi mano y acerté deuna el aparato que emanaba aquella música odiosa. Era mi teléfono. No recordaba haber puesto aquella canción como tono de llamada, pero emanaba a gritos aquel tema de
cant hold us.
- Hola- (? dije)
- Marcela, puedes decirle a Kelvin
que ya no compre ese jarabe para.....
-Que? interrumpí el discurso de aquella desconocida
-Marcela?- preguntó desconfiada.
-Sí soy yo, conteste descuidada, — ya le digo— respondí casi enseguida y colgué.
Me pesaba la boca en decirle
que estaba equivocada, que yo era Marcela, y que por favor, no gritara.
Para variar mi teléfono estaba sin batería y como de costumbre sin minutos.
Ahí estaba de nuevo, arrimada a la
puerta como si se fuera a caer.
Recuerdo que así nos decía un profesor en la escuela
cuando nos formábamos junto a la pared, los días lunes, en el momento cívico, a
pleno sol.
Apestaba, apestaba ese momento de mi
vida, recordé y sentí que hace unas horas, mi cuerpo bailó sobre la mesa de algún
bar, dichosa, rodeada de gestos que aceptaban tal diversión. Mientras que mi cuerpo escuchaba la canción de Queen -fat bottomed girl- mientras que mi boca cantaba con aquellas
letras que podía identificar en ese estado, según yo, como inglés, que mas bien yo diría: tararanglish:
canción yo
ooohhhh gont teik mi jom
tunait
ooooohh daun
besaid yur red lalala
ooohhhhh
oooohhhhooooohhh
Tenía una leve sensación de haberme sentido mejor allá
arriba, bailando e inventándome las canciones. Todo era
mejor unas horas antes, antes que empiece este presente
que me dejaba un
dolor de cabeza sin recuerdos, y más aún, con la sensación de haber olvidado algo -y por tener
memoria de pez- no lograba
saber qué!.
Ahí, finalmente yo, sentada, arrimada,
cansada y apestavida, pensé que el pasado fue mejor que el hoy y recordé aquella
película de Woody Allen, (medianoche en París).
Sin saber que aquella, yo del pasado, se decía también lo mismo.
De repente la puerta de un tirón se
abrió, apareció un joven con una barba proporcionada que le daba la vuelta a su
boca, unos ojos achinados por el sol que hacía, y el cabello perfectamente
desordenado. Me miró como reconociéndome, sonrió y me dijo:
- Por qué te gusta olvidarte de las
cosas?
Sonreí también, me levanté y por primera vez me gustó
sorprenderme con mi olvido. Y más, cuando no sabes qué
hacer.... aparece un recuerdo tuyo, en
forma de hombre, para abrirte la puerta de tu propia casa.