"El mar no encanta una eternidad"
Me duele mucho no sentir el mar por
dentro.
Me duele digo, aunque la verdad no siento nada. Es como tomar 20 tazas
de café y que tus muñecas tiemblen al pintar, escribir, dibujar, soñar. Sí, he
soñado que todo tiembla y siempre pienso en el café, y el café me hace temblar
de solo pensar en que voy a soñar. Es todo raro aquí afuera, pero desde hace
tiempo no logro entrar.
Quiero entrar, quiero entrar de nuevo al mar sin dejar
de sentir. Vivo mucho tiempo como si la playa fuera una pintura, que no es
real, que no puedo entrar, ¡Carajo! Entrar es lo que quiero y quiero repetirlo
tantas veces hasta convencerme.
Siento que estoy en medio del océano y no llego
a sentir nada, ni la arena, ni los caracoles, ni lo burbujeante que es el final
de una ola.
He soñado tanto con vivir en el mar,
que un día me quedé atrapada en uno de esos sueños.
Pero no quiero salir, quiero entrar,
pero no puedo. No puedo digo y lo repito creyendo que las cosas se pueden convertir en
realidad, por lo menos una que sujete mi muñeca para que ya no tiemble.
Hoy decidí meterme al mar, empecé de
a poco pero el miedo recorría mi cuerpo como si por dentro estuviera
burbujeando el agua para el café, el mismo que me hace temblar, mover, sentir,
no, no siento nada, no siento nada aún.
Cuando ella dejó de hablar con sus
pensamientos y entró al mar, el agua llegó hasta su cintura y ella permitió que
siguiera subiendo hasta besar su boca, hasta besar su frente.
Bajo el agua,
abrió los ojos y miró todo en calma, sintió como el agua masajeaba su cuerpo y entraba
en una especie de trance, no podía moverse, de pronto abrió su boca y el agua
entró con fuerza, sus ojos se hicieron grandes y profundos, su cuello se estiró
hacia la superficie pero no pudo llegar a la luz que se mostraba en lo alto, en
el cielo acuarelado, ella se hundía y no supo desde cuándo dejó de tocar fondo,
se dirigía a las profundidades mientras sus ojos se vaciaban y su cuello se
estiraba y sus venas pronunciadas exigían aire, aire que no llegaría.
Dentro de
ella el mar clamaba lo que desde siempre era suyo, el mar regresó a donde una
vez vivió y fue expulsado. Sus piernas y brazos se encogieron y mientras se
hundía se abrazaba a sí misma, como en el vientre de su madre a la espera de
nacer. Se encogió lo más que pudo hasta que su cuerpo se hiciera una sola masa
que el océano moldeó.
De pronto sus piernas se hicieron una sola, las plantas
de sus pies se estiraron y salieron escamas de colores, su sexo se fusionó con
el sur de su ser, y sus manos -como si pudiera volar- se abrieron y agitaron
tantas veces, con la suavidad que solo se puede lograr en la profundidad del
mar, de pronto, todo su ser empezaba a funcionar a la par del imponente azul,
daba vueltas como si estuviera en el cielo, no recordaba nada de lo anterior,
ni el café, ni la cama, ni los sueños, todo fue borrado, todo volvió a empezar.
Se sumergió.
Ilustración: LettyBesa