"Cantemos en coro cerca de las nubes, ahora que nadie nos ve" Carlitos se levantaba cada día sin una razón clara. La luz atravesaba las delgadas cortinas de su habitación, hiriéndole apenas los ojos. Durante unos segundos se sentía animado, pero la sensación desaparecía pronto. Se encogía de hombros, se sentaba al borde de la cama y arqueaba la espalda. Buscaba una razón para ponerse en pie, sin encontrar ninguna. Aun así, se levantaba. Ese día, el cielo estaba despejado y las nubes se habían disipado, dejando al firmamento respirar. —Qué laguna titánica la de allá arriba —pensó. Sentirse tan pequeño ante el cielo le recordaba su debilidad. Incluso su nombre, “Carlitos” le sonaba reducido, como si llevara ya una carga encima. Lo llamaban así, por defecto. Por olvido. II Ella trabajaba en el taller de su padre: lavaba autos, desmontaba motores. Su padre había querido un varón, pero nació mujer. No supo qué hacer con eso, así que simplemente le puso el nombre que ya ten...
quiero hablar como hablan las canciones. Mis amigos son amigos musicales. No tienen bandas, no tocan instrumentos, tampoco cantan, pero su lenguaje musical siempre está presente. Yo soy un punto aparte: el que está al final de la frase. No es parte de la oración, pero está. No soy para nada musical. No tengo playlist favorita ni alcanzo a decir qué cantante me gusta con precisión; no entiendo los álbumes, no soy tan veloz para recordar letras ni nombres de artistas. Pero mis amigos... ellos son lo máximo. Hablan entre canciones, versiones y músicos; se agrupan, y cómo disfruto escucharlos. Ayer fui parte de un momento íntimo y me alegré de ser la que invitaron a lo último, porque cuando hay gente tan bacán no hay descole. Cuando se reúnen, me imagino el universo: inmenso, y nosotros un punto. Pero este punto late, vibra. Su punchin punchis se distingue a lo lejos, y si te acercas, el sonido va creciendo. Tu cabeza comienza su vaivén —adelante, atrás, adelante, atrás—, tus hombros...