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Lea

Carlitos

"Cantemos en coro cerca de las nubes, ahora que nadie nos ve" Carlitos se levantaba cada día sin una razón clara. La luz atravesaba las delgadas cortinas de su habitación, hiriéndole apenas los ojos. Durante unos segundos se sentía animado, pero la sensación desaparecía pronto. Se encogía de hombros, se sentaba al borde de la cama y arqueaba la espalda. Buscaba una razón para ponerse en pie, sin encontrar ninguna. Aun así, se levantaba. Ese día, el cielo estaba despejado y las nubes se habían disipado, dejando al firmamento respirar. —Qué laguna titánica la de allá arriba —pensó. Sentirse tan pequeño ante el cielo le recordaba su debilidad. Incluso su nombre, “Carlitos” le sonaba reducido, como si llevara ya una carga encima. Lo llamaban así, por defecto. Por olvido. II Ella trabajaba en el taller de su padre: lavaba autos, desmontaba motores. Su padre había querido un varón, pero nació mujer. No supo qué hacer con eso, así que simplemente le puso el nombre que ya ten...
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Estamos

Estamos destinados a la tristeza, y lo asumo con mucha alegría. Había estado bebiendo, como siempre, sola en mi casa. En ese punto ya me preguntaba si era alcohólica o simplemente infeliz. Me desvié por la infelicidad; creo que es un estado del que cuesta salir. Estaba cansada de tener siempre cosas fugaces en mi vida, como si eso fuera mi única victoria. Estuve un rato observando a una pequeña hormiga tratando de cargar una croqueta tres veces mayor que su cuerpo. Lo logró. Y me pregunté: ¿por qué tienen tanta determinación? Me serví la última copa de mi segunda botella. Malbec, mi uva favorita. Sigo pensando en mi vida mientras la comparo con la hormiga. En mi inmensa humanidad, me gustaría ser tan diminuta como ella… y no solo sentirme así. Estaba por irme a dormir cuando sonó el teléfono. Era Diana, llamando desde España. Eso significaba que salía de una fiesta, porque ya debía ser madrugada allá. Dejé sonar. No contesté. Insistió.  — Hola —Alo, mi amor… pero qué bella voz. No ...

No soy una buena amiga

A veces tengo miedo de despertar... Lo único que tengo claro es el título de este escrito. El fondo lo voy descubriendo mientras recuerdo lo que detonó esta necesidad de escribir. Es una sensación de estar perdida, de echar un vistazo al pasado mientras converso con una amiga. Es mirar atrás mientras alguien te habla del presente. Hay cosas que, creo, no decimos abiertamente. Cosas oscuras que cada quien guarda para sí. Puede ser algo tan simple como haberte robado un chupete de niño, o tan inquietante como imaginar la sensación de apretar el cuello que se siente como plastilina de alguien, sentir ese impulso y no parar. Pero calma, no es algo que haya sentido; lo admito, me divierte ficcionar realidades. Sin embargo, cuando uno echa un vistazo al pasado, puede estar todo bien... hasta que no lo está. A veces, despiertas en mitad de la noche y los detalles del pasado se cuelan en tu mente. No es bonito. Recuerdas cosas que dijiste, cosas que hiciste, y te retuerces en el pegajoso recue...

Lo entenderé

“Lo que se abraza se transforma” Últimamente he estado reflexionando sobre el significado de la amistad. Podría escribir un ensayo abordando la amistad desde muchos puntos de vista, aunque tal vez no desde el mío. A veces siento que tengo una idea demasiado simplista e idealista de lo que son los amigos. ¿Cómo puedo pensar que la amistad es incondicional? Los amigos no siempre están presentes, pueden fallar, y surgen preguntas: ¿Son realmente leales? ¿Y yo, soy leal a mí misma? Quizás el primer paso sea ser fiel a quien siempre está conmigo: yo. Es fácil enojarse con un amigo. No digo que sea normal, pero es una reacción común cuando esperamos que alguien actúe de acuerdo con nuestra idea de lo que un amigo “debería” hacer. Los amigos, decimos, son la familia que elegimos, pero como sucede con la familia, hay momentos en que están y otros en los que se van. Y no siempre estamos preparados para eso. Creemos que los amigos que nos acompañan después de los 30 serán los definitivos, pero l...

Juguemos al juego de confiar

Volvamos al momento en que me dijiste: confía en mí. Confiar en el otro es lanzarte sin paracaídas . Es un acto de fe, de otorgarle a alguien la capacidad de conocer tus secretos, de expresarte cómo te sientes, o simplemente dejarte ver con todos tus errores, sin temor a ser juzgado. No juzgar es algo muy difícil. Emitir un juicio de valor cuando alguien en quien confías rompe alguna norma que tienes sobre la confianza, el amor, el respeto o la amistad puede ser inevitable. Para cada persona, estas palabras —amor, respeto, amistad— tienen significados distintos. Cada quien les otorga valor según su experiencia. Como dice la frase: "Cada ser es lo que hace con lo que hicieron de él". Y ahí surge una maraña de emociones y contradicciones, porque la realidad de uno nunca es igual a la de otro. En fin, no quiero sobrepensar este tema ni irme por las ramas. Lo que busco es escribir para resistir esos momentos en los que la vida no tiene sentido. Hay cosas que se quedan contigo, si...

Para ti de mi

Hay lugares a los que uno no vuelve, y personas de las que no se regresa.   Está claro que a quien más fallamos es a nosotros mismos. Nos mentimos, procrastinamos, no nos cuidamos, no soportamos la soledad, nos invaden pensamientos obsesivos, no comemos bien, no hacemos ejercicio... y la lista sigue. Cuando era niña, vivía en un lugar que me parecía maravilloso, cerca del río, y tenía un gran amigo: un enorme samán. Disfrutaba del río, de mis momentos de juego en soledad y de regresar justo antes de que anocheciera, cuando comenzaba esa sensación de que alguien te observaba. No tenía más responsabilidades que jugar, hacer tareas y limpiar la casa. Esos eran mis compromisos de niña. Ahora, tengo muchos pendientes. Podría convertirme, sin querer, en un alma en pena, como esas que no cruzan a mejor vida porque no logran resolver sus asuntos terrenales. Podríamos decir que caminamos por la vida como asuntos pendientes, mirando el celular en busca de videos que nos distraigan de lo desa...

El portal

Escribo y borro repetidamente, me encuentro en un ciclo de creación y eliminación constante. Debo abordar este texto de manera diferente, me digo a mí mismo mientras continúo redactando sin saber por dónde empezar, o tal vez debería preguntarme dónde iniciar. Recuerdo tener unos 7 años, cuando una de mis actividades favoritas era ir cerca del río y jugar a que viajaba a otras dimensiones. Creía que un portal se abría mágicamente y seres de otras galaxias salían de él para decirme que yo era la elegida para transformar todo lo que conocemos como la Tierra. Al principio, pensaba que era una broma, pero poco a poco me convencían de que lo que me contaban era real. Aceptaba mi destino, sacando el valor que tenía guardado en lo más profundo de mí, y salía a cambiar el mundo y luchar contra el mal. Durante muchos años, esa fue mi forma de jugar, sola cerca del río. Me di cuenta a mis 34 años, en una consulta psicológica de rutina, que tal vez haya desarrollado un vínculo evasivo, un deseo d...

Salí nadando

 Manabí, Ecuador   “Siempre que visites un mar, debes preguntar si se puede nadar en él”. Alguien me dijo eso como conocimiento básico de la vida, uno que no tenía, pero que ahora tengo después de que casi me llevara el mar de San Lorenzo. Cinco amigas de paseo, una de ellas extranjera, Kate. La conversación en el automóvil nos reveló que en su país de origen, Kate era una excelente nadadora; cruzaba los caudalosos ríos de su estado como algo común. Yo, en cambio, había aprendido a nadar por los consejos de mi hermano menor o por lo que yo misma me había enseñado en las piscinas de complejos deportivos. El mar para mí no estaba a la vuelta de la esquina como sí lo estaba para mi mejor amiga Clara, quien me había invitado a este paseo. El mar siempre se veía como un dios, como una diosa, poderoso, imponente. Decidimos entrar al agua Kate y yo. La playa estaba casi vacía, lo atribuimos a que era un día entre semana, nada que nos llamara la atención. Nos internamos gozosas de sen...